Título de físio en 1969. Después, puesto que tenía un año de prorroga militar a disfrutar, me aproveché de ella, con la insistencia de mi padre (“siempre será una baza más en tu poder”), para conseguir un título de pedicura.

Después, el ejército. Como fisio, fui asignado al servicio de salud y tras el tiempo de instrucción, me trasladaron a Trèves, en Alemania (en aquella época, todavía había fuerzas francesas en Alemania). Cuando llegué al hospital militar de Trèves, había una plaza libre en el servicio de fisioterapia, pues el anterior ocupante había terminado su estancia. La suerte quiso que fuese yo el que fuera designado para reemplazarlo.

Durante nueve meses trabajé en ese servicio, bien equipado, relativamente libre en mis acciones y con una clientela interesante ya que estábamos en Alemania: amén de los tratamientos post-traumáticos de los militares en actividad, teníamos a sus respectivas familias, con unas patologías que reflejaban las de una clientela urbana.
Esta experiencia fue determinante para mí, pues me dejó una insatisfacción importante en cuanto a lo que podía hacer con lo que había aprendido en la escuela de fisioterapia. Con frecuencia me sentía impotente a la hora de ayudar con la eficacia que yo habría anhelado. A menudo, incluso, no comprendía las dificultades de los pacientes.

Lógicamente, los tratamientos acometidos no funcionaban muy bien. Sabía, por ello, que al final del servicio militar tendría que orientarme hacia unas prácticas y estudios que fuesen complementarios. En aquella época, recabé información sobre las formaciones de micro-masaje chino (Lavier[1]) o las de masaje del tejido conjuntivo (Kohlrausch).

Cuando salí del ejército, busqué trabajo y conocí a Michel Sánchez, entonces fisioterapeuta en Saint-Gremain-en Laye, en la zona oeste de las afueras de París. Nos entendimos y al final de nuestra entrevista de trabajo, me preguntó: ¿te interesaría aprender osteopatía? No conocía aquel término (al final de los 60, principio de los 70, la osteopatía era toda una desconocida en Francia). De lo que me contó de la misma, me quedé con que con aquellos métodos, la eficacia era mucho mayor que sólo con la fisioterapia. Por tanto, acepté y me embarqué en el grupo de enseñanza de René Queguiner y Francis Peyralade, con los que Sánchez se había formado.

3-Su trayectoria osteopática comienza: ¿encontró obstáculos de todo tipo? ¿Dificultades en su práctica? ¿Dio aquello lugar a ciertos cuestionamientos? ¿Hubo dudas? ¿Qué podría contarnos de sus inicios, así como de aquel periodo de resolución?

Los primeros contactos con Quéguiner y Peyralade fueron más bien alentadores y atrayentes. Su discurso era inteligente y en él veía cierta coherencia. Proponían unos conceptos que, intuitivamente, yo sentía que eran justos y pertinentes. Se trataba, en concreto, de la globalidad, aun cuando en aquella época se tratase, ante todo, de una globalidad corporal. En aquel tiempo, esa noción no se mencionaba en la formación de fisioterapia que yo había recibido.

Desde el principio nos permitieron tocar, practicar técnicas articulares y el masaje neuromuscular[2]. Un masaje que practiqué durante 15 años y que daba unos resultados verdaderamente eficaces en los problemas vertebrales de mis pacientes.

Pero cuando éstos nos presentaron el concepto craneal y avanzaron la idea de un movimiento en los huesos del cráneo, las cosas se complicaron para mí, ya que cuando colocaba mis manos sobre el cráneo, no sentía ningún movimiento. La idea de un movimiento craneal ya me parecía «esotérica» por naturaleza, pero como no sentía nada, la duda se instaló rápido y persistió durante mucho tiempo. No obstante, cuando Quéguiner o Peyralade ponían sus manos sobre mi propio cráneo, sentía claramente que ocurría algo, no sólo a nivel del cráneo, sino  también en el resto del cuerpo. Lo que por una parte me dejaba pensar que, aunque no sentía nada, quizás la idea no era totalmente descabellada.

Después, tuve la suerte de recibir las enseñanzas de Viola Frymann desde el final de mi primer año de formación. Y cuando ella hablaba de osteopatía, incluyendo la craneal, sus palabras eran claras, sencillas y evidentes. Y cuando ponía sus manos en mi cráneo, algo pasaba igualmente, en la cabeza, pero también en el cuerpo. Asimismo, la manera de palpar de Viola era claramente más firme y más «densa» que la de mis profes franceses, lo que me animó a intentar tener un contacto más «presente» en el cráneo de mis pacientes.

Terminé sintiendo cosas en un cráneo, pero no era lo que se me pedía sentir (flexión/extensión, rotación externa/interna). Eran unos movimientos de tejidos que no se correspondían con nada de lo descrito anteriormente por otras personas y además eran muy diferentes de un cráneo a otro…

Lo que es más, para sentir que algo se movía, necesitaba ejercer una presión sobre el cráneo de manera más franca, patente; lo que normalmente me habían prohibido desde el inicio: nos pedían que no presionásemos… De hecho, me preguntaba cómo un apoyo tan ligero podía tener algún efecto…

Como era el único medio que tenía para sentir algo, continué en esta vía, asegurándome que el paciente no sufría por ello y que se encontraba bien. Es, por cierto, debido a las respuestas positivas de los pacientes en relación a esta manera de proceder, que me atreví a proseguir de este modo, el cual, no encajaba en absoluto en el contexto de lo que mis profesores trataban de enseñarme en craneal.

La duda principal era: « ¿pero tú quién eres para atreverte a no tener en cuenta lo que se te enseña y para seguir una vía distinta? ». He tardado mucho tiempo en dar fin a esas incertidumbres…

Además, aun cuando estaba contento de sentir por fin ciertas cosas y de constatar que lo que hacía era útil para mis pacientes, necesitaba comprender a qué podían corresponder aquellos movimientos y por qué el hecho de seguirlos provocaba un mayor bienestar, incluso un alivio en mis pacientes.

Nuevamente Viola Frymann es quien me aportó un atisbo de solución. Efectivamente, en los años 70, con ella descubrimos el trabajo con las fascias. Veíamos a Viola asir la mano de una persona tumbada en la camilla y «poner en movimiento su brazo» y seguir así hasta que ella dijese: «ya está, se acabó».

Cuando le preguntábamos por lo que hacía, ella nos contestaba: «no soy yo quien mueve el brazo, se mueve solo y yo lo sigo…». Estábamos asombradísimos, en especial porque cuando lo intentábamos hacer, ¡no pasaba nada en absoluto!

Luego, le preguntamos a qué podían corresponder aquellos movimientos. Nos explicó que, a su entender, se correspondían con la energía retenida en las fascias que se liberaba por/en el movimiento. De todo esto nació el concepto de retención de energía: si los tejidos liberan energía en y mediante el movimiento; es que, anteriormente, la han retenido de un modo u otro. A nivel intelectual, esa explicación me satisfacía, pero ningún dato de fisiología conocido hacía referencia a ello, lo que me dejaba una vez más frente a la duda: ¿verdad, fantasía? Por otra parte, si verdaderamente se tratase de liberación de energía retenida en las fascias, ¿por qué el brazo no se ponía él solo en movimiento para liberarla? ¿Qué aportaba o qué permitía la presencia del osteópata? ¿Cuál era su acción real? Muchas interrogantes y poquísimas respuestas.

Dicho esto, el hecho de no buscar el obtener un movimiento preciso (como se nos pedía hacer en el cráneo), me ayudó ya que en ese tipo de técnica no tenía otro recurso que seguir lo que se presentaba, por lo tanto, confiar en mí mismo.

Y después, necesité comprender en qué estado corporal debía ponerme para sentir algo. Si me contentaba con sujetar simplemente la mano de la persona tumbada en la camilla, no pasaba nada. Cuando Viola me hizo sentir como paciente, comprendí que ella, de hecho, no estaba relajada, sino, al contrario, tenía un cierto tono. Imitando esto, empecé a sentir unos movimientos tisulares. Muy tenues al principio, después cada vez más evidentes, a medida que iba progresando. Descubrí que debía estar «en mis pies» (ello se convirtió en el enraizamiento) y poner cierta presión con mi mano que sujetaba la mano del paciente (lo que más adelante se convertirá en densidad y tensión). Entonces, los tejidos empezaban a ponerse en movimiento.

Así es como comprendí lo que significaba aquello que sentía en un cráneo que se movía entre mis manos: energía en movimiento.

Ahora, necesitaba comprender cómo aquella energía podía acumularse en los tejidos. Nada de lo conocido en fisiología hacía mención a ese concepto. Viola Frymann, una vez más, fue la que me puso sobre la buena pista. Durante los seminarios con ella, nos mostraba una técnica vertebral global en posición sentada que ella asociaba al tratamiento de los whiplash. Insistía en que el paciente volviese a adoptar una posición tan próxima a la que tenía en el momento de su traumatismo, principalmente, en las víctimas de un accidente de coche.

Así, si la persona estaba conduciendo en el momento del traumatismo, se le pedía que extendiese los brazos por delante de ella, como si sujetase el volante. Si el golpe venia de detrás, y lo había visto llegar por el retrovisor, le pedía que orientase de nuevo su mirada hacia el retrovisor; si, al contrario, el golpe había sido de un lado, que girase la cabeza hacia ese lado, etc. Y, sobre todo, nos decía, al realizar la técnica, que de ese modo se proponía volver a dar a las estructuras el tiempo que les había faltado para integrar la energía cinética que habían recibido.

Aquella idea de «volver a dar tiempo» me llevó a pensar que había que considerar la cantidad de energía trasmitida, pero también el tiempo en el cual se había trasmitido. Eso me condujo a comprender que los tejidos que no habían tenido el tiempo necesario para disipar la energía trasmitida, retenían una parte de la misma.

Esa técnica me aportó la comprensión de que un whiplash no se ceñía al movimiento brusco y violento de la cabeza, trasmitido al sacro por la duramadre, como se describe clásicamente por los ostéopatas craneales, sino que todos los tejidos del cuerpo se veían implicados.

Aquí otra vez fue una experiencia personal la que me permitió ir más lejos en ese concepto: un día que estaba corriendo, me hallé detenido brutalmente por una barrera. Sentí que la energía cinética se desplegaba por todos los tejidos del cuerpo, que ciertas partes del mismo se desplazaban en la dirección inversa a la del choque y que algunas partes parecían verse afectadas más que otras, en especial, las zonas de inserción. Ello me llevó a comprender que un whisplash repercute en todo el cuerpo, que es un traumatismo global, incluso para las partes que no han sido directamente afectadas por el impacto; y que, en consecuencia, su tratamiento debería ser global. Igualmente, ello me condujo a adoptar el nombre de abordaje tisular y ya no solamente fascial, puesto que son todos los tejidos del cuerpo los que asumen la energía y tratan de disiparla, sean fascias o no.

La retención de energía se convertía en un concepto que se podía generalizar y aplicar a todo el cuerpo, a todo el mundo. Por fin había conseguido una explicación. Al menos, así lo creía.

Durante mucho tiempo, yo me conformé con aquella explicación para comprender los bloqueos que me encontraba en los tejidos de los pacientes: energía acumulada y retenida en ciertas partes, en especial, las zonas de inserción.

Hasta que un día vino a la consulta un paciente que sufría lumbalgias corrientes. Cuando le pregunté por su actividad profesional, me respondió que era especialista, un doble de cine. Por ello, en él esperaba encontrarme con muy numerosas y fuertes retenciones, puesto que había debido sufrir muchos whiplash. Y en contra de lo esperado, encontré pocas retenciones, en cualquier caso, menos que en muchos otros pacientes que no eran especialistas y que no habían sufrido whiplash de repetición. Aquello me sorprendió. Las leyes de la física son las mismas para todos y no comprendía cómo aquella persona sujeta a múltiples whiplash no presentaba más bloqueos que los existentes.

Reflexionando sobre ello, pensé, claro está que posiblemente intervenía la cuestión del entrenamiento. Pero esto no me parecía que lo explicase todo. Al mismo tiempo, me acordaba muy bien que en los pocos traumas un poco importantes que yo había vivido, lo que destacaba, era el no querer vivirlos. El especialista, al contrario, aceptaba vivirlos. Y eso parecía marcar la diferencia. Dicho de otro modo, de una manera general, existe lo que se vive y la manera en la que uno lo vive. La aceptación o no de lo que se vive parece ser un elemento clave importante.

Aunque comprendía que aquello podía tener su importancia, esa diferencia arrojaba al razonamiento otros elementos además de los de la física. Hacía intervenir el psiquismo. De este modo, la actitud psíquica tenía su importancia. Desconcertado al principio, el desarrollo de ese particular punto abrió nuevas puertas para mí: me permitió comprender que la retención de energía no sólo concernía a las energías físicas ordinarias, como la energía cinética, sino que podía incluir también otras energías más sutiles, en especial, las emocionales. Una gran puerta hacia la comprensión de lo viviente se acababa de abrir para mí, pero no sabía demasiado bien cómo gestionar todo eso.

A lo largo de esta progresión, la duda no ha cesado de estar presente. Me preguntaba si lo que yo sentía y las explicaciones o modelos que desarrollaba tenían verdadermente algún sentido. Además, todavía estaba atenazado por otros pensamientos que me limitaban: « ¿Quién eres tú para atreverte a afirmar todo eso que aseveras y que los maestros no mencionan?».

En lo tocante a esas dificultades, lo que me ha servido de ayuda ha sido mi camino de desarrollo personal. Progresivamente me ha hecho tomar consciencia de lo que era importante: ser fiel a lo que yo experimentaba y no a lo que decían los maestros. La conclusión fue: lo único verdadero es la experiencia y si lo que experimentas no se corresponde con lo que dicen los maestros, continúa conforme a tu experiencia. Los maestros hablan de su experiencia personal y, por ello mismo, se les debe respetar; pero ya que la vida es esencialmente experiencia, nada obliga a que todo el mundo deba vivir y experimentar lo mismo y de la misma manera. Obligarse a amoldarse a algo que no conviene es una traición a uno mismo. Y es muy grave, pues impide la realización de cada uno.

4- El abordaje tisular ha ido cambiando conforme usted evolucionaba; esas etapas de evolución en su abordaje, ¿cómo se desarrollaron?

Ahora mismo acabo de evocar algunas. Es obvio que ha habido más etapas que me llevaron a afinar el modelo y las herramientas pedagógicas.

Una etapa suplementaria importante se produjo a principios de los años 1990. Me llevó a reactivar una experiencia que nos había hecho vivir Francis Peyralade a principios de los años 70: los globos.

En aquella época, los más entusiastas de nuestro grupo, nos reuníamos algunos domingos por la mañana en la consulta de Francis para trabajar algún tema. Una mañana, nada más llegar a su consulta, estirando los brazos me ofreció un globo hinchado y me lo puso entre las manos diciéndome: «toma Pierre, coge el globo entre tus manos y espera...» Al comienzo, nada. Seguidamente, bastante rápido, tuve una extraña percepción de que el globo se hinchaba y se deshinchaba de manera alterna entre mis manos. Asombrado, casi suelto el globo. Que curiosa percepción para mí que habitualmente no sentía nada entre las manos... Todas las personas presentes ese día, vivieron una experiencia parecida. Estábamos asombrados, sin saber cómo interpretar dicha experiencia, tampoco si tenía algún sentido y si podía servir de algo... Entonces la olvidamos. Hay que saber que en esa época, el profesorado estaba muy atento a no dejarnos salir del marco de la osteopatía craneal clásica, de modo que cualquier percepción que saliese del «marco legal» era rechazada...

A principios de los años 1990 (no recuerdo la fecha exacta), asistía a una boda y  una vez finalizada la ceremonia y el banquete, me aburría como una ostra, puesto que no me interesaba verdaderamente el Baile de los pajaritos y otras pamplinas de ese estilo. Había globos, y al no saber qué hacer, cogí uno entre las manos y se volvió a producir la experiencia de los años 70: la percepción de un movimiento alterno de expansión/retracción. Se parecía mucho al impulso rítmico craneal, pero esta vez lo percibía en el globo. Como tenía tiempo, proseguí experimentando y me percaté de que con la simple intención, era capaz de modificar lo que sentía en el globo: podía ralentizar el ritmo, acelerarlo, ampliar o disminuir el movimiento. Me sorprendió puesto que me habían dicho que dichos ritmos y movimientos eran invariables y constantes. Es cierto que cuando dejaba de tener una intención, el movimiento tendía a retomar un ritmo autónomo, pero había podido modificarlo.

Otra percepción extraña era que ese ritmo no estaba dentro de las normas de 10 a 12 ciclos por minuto, como me habían enseñado. Era más lento, bastante más lento, entre 6 y 7 ciclos por minuto, pero con un movimiento de una gran amplitud.

Prosiguiendo mis investigaciones, me percaté de que podía inducir una torsión en el globo, no con las manos, sino con la intención. El globo parecía seguir mi intención. Y lo más extraño es que aquello que sentía en el globo parecía corresponderse verdaderamente con lo que sentía algunas veces en los cráneos de mis pacientes. Además, las respuestas no eran idénticas de un lado en comparación con el otro.

Evidentemente, hice la misma experiencia con las demás disfunciones, y constaté que podía inducirlas pero que las respuestas en el globo no estaban equilibradas. Entonces, me propuse realizar un empilamiento de las disfunciones y al final dejé que las cosas se volvieran a armonizar en el globo. Percibí una liberación en mi cuerpo. En realidad era un auto-tratamiento.

Esta experiencia me hizo comprender que el globo podía ser una herramienta pedagógica particularmente interesante: permitía percibir cosas difíciles, incluso imposibles de percibir de otro modo. También me permitió comprender que mediante la intención era posible influenciar el funcionamiento del cuerpo. Con la distancia, puede parecer algo banal hoy en día, pero entonces, ¡vaya revolución para mí!

Esa experiencia me llevó con cierta rapidez a mi idea loca: el cuerpo está hecho de consciencias. En efecto, ¿cómo explicar de otro modo el hecho de que reaccione a la intención? Si no hubiese consciencia, ¡sería imposible!

Me ha costado mucho aceptar esa idea, de tan loca que me parecía. Pero a la vez entreabría tantas nuevas puertas y comprensiones que finalmente la acepté. Sin embargo, he tenido que definir la consciencia, la cual, en los tejidos no se corresponde con la consciencia que define el filósofo, sino con una consciencia más elemental: los tejidos son conscientes, pero probablemente no son, o son poco, conscientes de su consciencia.

Igualmente me permitió comprender que el cuerpo puede llegar a hacer cosas sin ser consciente de que las hace, por lo tanto, sin poder deshacerlas por sí mismo. El ejemplo tipo es la retención de energía, la cual crea unos efectos en el cuerpo, sin que éste pueda hacer otra cosa que adaptarlos.

También tuve otra experiencia con los globos. En otra boda... Cogí un globo entre las manos y empecé a divertirme como lo había hecho en otras ocasiones. En un momento dado de la experiencia, empecé a pensar, no recuerdo muy bien por qué, en una persona con quien tenía en aquel momento una dificultad de relación. Inmediatamente sentí un bloqueo en el globo. Daba la impresión de que se encogía, se endurecía y ya casi no tenía movimiento. Además, venía acompañado de una sensación corporal muy desagradable de pesadez en el plexo solar. Seguidamente pensé en una persona con quien la relación era armoniosa y de inmediato tuve la percepción contraria en el globo: amplificación y enlentecimiento del movimiento, junto con una sensación de bienestar corporal.

Dicha experiencia me hizo comprender que no tenemos únicamente el cuerpo físico entre nuestras manos, sino que también está el o los cuerpos psíquicos. En todo caso, que el estado psíquico del paciente influye sobre el cuerpo físico: ¡y es palpable! Ello dio lugar a que prosiguiera mi búsqueda, así como mis investigaciones en el ámbito somato-emocional.

5- Su larga experiencia como docente le ha permitido dirigirse a grupos de estudiantes muy diversos (tanto en número como en condición profesional, e incluso, en lugares geográficos bien diferentes). Dicha experiencia, ¿qué es lo que le ha aportado a usted?

Lo primero es que los tejidos, que sean franceses, italianos, españoles o rusos, ¡entienden el francés! Lo que podría parecer una broma no lo es en absoluto: el hecho que pueda enviar una intención verbalizada en francés a los tejidos de una persona que no hable y no entienda el francés, me confirmó la idea de que las consciencias tisulares son sensibles al concepto y no a la palabra, y que siempre es cuestión de intención.

Por otra parte, los contactos que he tenido con los osteópatas de otros países me han mostrado que las dificultades que encuentran en sus pacientes son las mismas que con los franceses. Son dificultades de ser, y al parecer, un ser no tiene nacionalidad. Su cuerpo sí. Él no.

6- Su labor como traductor le ha permitido ampliar el horizonte profesional y humano de muchos osteópatas franceses (extranjeros también desde hace unos años, como es el caso para nosotros españoles), pero también parece haberle ofrecido, a usted mismo, unos grandes beneficios para su progresión, para su desarrollo. Sobre la cuestión,  ¿qué  podríamos tener en cuenta?

Para mí, la traducción se ha revelado como una herramienta pedagógica extraordinaria. Por varias razones. La primera es que a la hora de traducir correctamente es necesario haber comprendido lo que quiere expresar el autor. Ello obliga a una importante exigencia que permite que nos adentremos profundamente en el pensamiento del autor. Uno no puede conformarse con leer de manera superficial, ni aceptar llegar al final de un párrafo preguntándose: «pero, ¿qué acabo de leer?»

Además, para las traducciones de Still, en particular Autobiografía, con frecuencia he tenido que recurrir a las enciclopedias para encontrar la información que me permitía saber quiénes eran los personajes evocados y el papel que habían protagonizado en aquella época; cuáles eran los acontecimientos precisos evocados y su contexto, etc. De este modo he descubierto una historia que apenas conocía, o de manera muy superficial; así como un contexto social, filosófico, religioso y espiritual que ignoraba totalmente. Comprender la época, el lugar donde vivió Still, me ha permitido comprenderlo mucho mejor y aprehender las dificultades con las que se encontró. Ha sido para mí una aventura extraordinaria. El trabajo con Still me ha proporcionado un fulcro verdaderamente. Un punto de apoyo de osteópata.

Para las demás traducciones, han hecho que descubriese otros personajes clave de la osteopatía, principalmente Hulett, Sutherland, Becker y unos cuantos más, así como sus experiencias osteopáticas y filosóficas.

7- Ser osteópata (o hacerse osteópata)… Si leemos sus escritos, en ocasiones nos dice que un osteópata debe de ser alguien no-ordinario, o, al menos, que experimente su vida de una manera no-ordinaria. Para usted, ¿qué cualidades son esenciales para ser o vivir como uno de ellos?

Tomando distancia, hoy en día hablaría de autenticidad y de benevolencia. Está claro que hay otras, pero estas me parecen primordiales.

Mientras he querido vivir la osteopatía teniendo en cuenta otras percepciones distintas a las mías, he tenido muchas dificultades. Es únicamente cuando he aceptado vivir las cosas en función de lo que percibía verdaderamente, incluso si parecía estar en contradicción con lo que intentaban enseñarme, cuando he comenzado a realizarme y a comprender.

Además, es algo que se puede extender más allá de la osteopatía. Vivir sus valores, no los de los demás. Vivir de sus percepciones y no de las de los demás. Sea cual sea la calidad de la otra persona, su experiencia es suya y no mía. Sin dejar de respetar la de los demás, debo vivir en función de mi experiencia personal. Además, es gracias a ello como he solucionado mis problemas de palpación: aceptando vivir la parte relacional con los tejidos en función de lo que sentía yo personalmente.

En cuanto a la benevolencia, me parece evidente: uno no puede ocuparse adecuadamente de otra persona que sufre sin benevolencia. Para mí, eso también indica buscar el bien del prójimo, independientemente de lo que yo piense, o más exactamente, ayudar a que el otro encuentre sus propias soluciones, sea cuales fueran mis opiniones personales sobre el asunto. No es tan fácil. Particularmente, porque por motivos de reconocimiento, la osteopatía ha elegido tomar un camino paralelo al de la medicina y de su enseñanza. En dicho camino, se forman a unos terapeutas que saben en lugar de sus pacientes. Mientras que hoy en día, estoy realmente convencido de que el terapeuta no sabe en lugar de su paciente. Sólo el paciente sabe, o al menos, las informaciones esenciales para ayudarle están en él y no en el médico. Por tanto, mi actividad consiste en hacer que se revele aquello que puede ayudar al paciente, en vez de imponer lo que yo creo que es bueno para él. Es un modo de proceder totalmente diferente a la actitud habitual.

8- Salgamos, por un instante, de lo profesional: en sus momentos de ocio, ¿a qué dedica su tiempo libre?

¡A la osteopatía! Más en serio, a la informática (he desarrollado yo mismo la página web francesa del abordaje tisular, y también me encargo yo de su administración); a la meditación, a la lectura, a la música (escucho mucha música, principalmente clásica); y cuando el tiempo lo permite hago un poco de deporte (caminar, bicicleta).

9- En Francia, la legalización osteopática del año 2002 parece haber servido, en ciertos aspectos, para dificultar más que para ayudar en el desarrollo de la profesión. Nosotros aquí, en España, tenemos una evolución osteopática más inmadura o, sencillamente, más enlentecida. ¿Cuál es su opinión a propósito de dicha legalización? Y los osteópatas españoles, ¿qué deberíamos tener en cuenta?

El principal problema de la osteopatía en Francia es que para obtener un reconocimiento, nos hemos empeñado en adaptarnos al molde científico médico, especialmente el de la medicina basada en la evidencia. No sólo dicho modelo no conviene a la medicina (o más exactamente al ser humano), sino que tampoco conviene en absoluto a la osteopatía, la cual funciona a partir de unas bases filosóficas radicalmente diferentes.

Además, la propia medicina no tiene una filosofía. No desarrolla ningún concepto sobre el ser humano, sobre su lugar en la vida y la sociedad. Still siempre insistió en el hecho de que la osteopatía es una filosofía. Tenía unas ideas muy precisas sobre el ser humano. Lo veía como un ser espiritual de esencia divina (aunque las concepciones de aquella época puedan parecernos anticuadas hoy en día). Para mí es fundamental. La visión que tenemos del hombre y de su ubicación en la vida y el mundo, condiciona nuestra actitud con respecto a nuestros congéneres en el día a día, pero también en nuestra vida profesional.

La medicina actual es una medicina del hacer. Se hacen unas cosas para ayudar a las personas con respecto a sus síntomas, sin preocuparse de lo que somos. Still no nos dice cómo hacer la osteopatía (sólo dejó unas pocas técnicas). Sin embargo, sí nos dice cómo ser osteópata. Se trata de filosofía, en efecto, y ello implica al ser en su totalidad, física, filosófica, intelectual y espiritualmente.

10-  Ahora, miremos al futuro: ¿qué horizonte intuye para el osteópata tisular en las décadas venideras?
Si me permitís, retomemos el contenido de vuestra pregunta: osteopatía tisular es una denominación incorrecta, como lo son osteopatía craneal, visceral, estructural, etc. La más adecuada es abordaje tisular de la osteopatía, del mismo que sería más adecuada abordaje craneal, visceral, estructural, etc.
La osteopatía es una. No cambia. Es la manera de abordarla la que cambia según las personas que la practican.

Bastante difícil decir lo que será mañana. Si me hubieseis dicho cuando empecé a aprender la osteopatía lo que haría hoy, me hubiera reído de vosotros. En los años 80, cuando los osteópatas empezaron a imaginar la osteopatía como una profesión de pleno derecho, independiente, especialmente de la profesión de fisioterapeuta o de médico, y que comenzamos a codearnos con los colegas europeos, no nos imaginábamos lo que sería el reconocimiento y la osteopatía de la actualidad. En efecto, ha sido reconocida como una profesión de pleno derecho, pero, ¿a qué precio? El del abandono de unos valores esenciales que Still se proponía transmitirnos y que no hemos sabido captar y aprovechar.
Pues, no sabría decir. Sin embargo, veo el abordaje tisular como un abordaje que defiende los valores fundamentales de la osteopatía tal como los he comprendido de Still. Por tanto, pienso que seguirá atrayendo a personas sensibles a dichos valores y deseosas de vivirlos y promoverlos. Además, con frecuencia es eficaz. Probablemente sea la razón por la que seguirá existiendo. ¿Pero bajo qué forma exactamente? Eso sí que no lo sé.

11- Para concluir, Señor Tricot, ¿tiene alguna otra cosa que decirnos?Tricot2
Gracias por haberme concedido la palabra y por vuestra atención.

Final de nuestra conversación.
Hasta una nueva ocasión.

Traducido por Miguel Hernández Callejo y Juan Bañuls Puig
Fotos José Luís Gombao Lencina 


[1] Se trata de Jacques-André Lavier, cirujano y dentista de formación. Fue uno de los pioneros que contribuyó a difundir la medicina tradicional china en Francia y en toda Europa (años 1960-1987), por medio de sus enseñanzas, sus publicaciones y sus traducciones de los textos médicos chinos (N. del T.).

[2] Se trata de la Técnica Neuromuscular (TNM): es una modalidad de masaje profundo en la que se simultanea exploración y tratamiento. Se concentra en los tejidos blandos con objeto de normalizarlos y, al mismo tiempo, suministra información al terapeuta a través del dedo pulgar, la herramienta habitual en esta técnica. Esta información puede utilizarse para combinar (o no) la TNM con otros procedimientos terapéuticos. Stanley Lief, naturópata, osteópata y quiropráctico, sentó las bases de esta modalidad de masaje hacia 1930; junto con Boris Chaitow y Peter Lief (hijo de Stanley) desarrollaron el método en la Gran Bretaña. Posteriormente, en USA se desarrolló un método, la Terapia Neuromuscular (de Paul St. John), que no debe confundirse con esta técnica. (N. del T.).

 

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