Un ser, es inmovilidad

Ser, es ser fulcro. Ser, es crear un universo en el cual, yo es el centro, inmóvil, fulcro de una periferia en movimiento. Por supuesto, esta inmovilidad es relativa al universo del cual yo soy el centro. Pero al igual que las muñecas rusas (matrioskas), existe una infinidad de seres, centros inmóviles de su universo, incluidos en otros universos,  por tanto móviles con respecto a un Yo fulcro que los centra, etc. Al ser la inmovilidad  la naturaleza esencial de un fulcro, todos estos fulcros son relativamente inmóviles. El único fulcro absolutamente inmóvil sería el Creador de todo el universo, el Fulcro de los fulcros. Pero eso es igualmente otra historia, que no abordaremos aquí.

Por otra parte, ser, es crear parejas, siendo la primera yo/no-yo. Así, cualquier creación es relativa y no existe más que en relación a su opuesto. Estos dos opuestos existen el uno por el otro y están en constante búsqueda de equilibrio recíproco. La creación de la pareja lógica yo/no-yo crea otras parejas lógicas asociadas: centro/periferia, inmovilidad/movimiento, causa/efecto, expansión/retracción, etc.

De la inmovilidad al movimiento

Ser, es determinarse diferente o separado, individualizarse por tanto, pero ¿como saber que esto es así, es decir, saber que se continúa siendo, dicho de otra forma, experimentando el estado de ser? Para ello, se necesita un sistema que permita establecer, mantener o sentir permanentemente la diferencia entre el yo y el no-yo. Para la célula, la membrana le procura una barrera material, pero si esta barrera separa (una vez más la consciencia…) un espacio interior de un espacio exterior, proporciona un límite físico al individuo, sin embargo, no le permite experimentar, sentir que existe. Esta constituye la estructura de la existencia, pero todavía no de la función.

La sensación de existir nace del intercambio con el exterior. La dualidad yo/no-yo crea la dualidad influjo/eflujo *. El eflujo, al no poder ser infinito, debe invertirse, lo que provoca un influjo que intenta equilibrar la diferencia de potencial entre yo y el exterior. Pero en el momento en el cual el retorno del flujo va a equilibrar esta diferencia, la necesidad de existir o de sentirse existir, lo vuelve a crear hacia el exterior. Así se establece una alternancia de eflujos e influjos, buscando un equilibrio imposible: « En la alternancia, tenemos la palabra “alter”, el otro. Para que el yo exista, hace falta un tú. Sin el Tú, no hay Yo. » (Pezé, 1993, 32.)
Richard Moss expresa el mismo fenómeno de otra manera: « De hecho, es imposible llegar a ser consciente de cualquier cosa sin separarse de ella previamente. Piensen por un instante en el viento. Si se desplazan a la velocidad del viento, no lo sienten. Para llegar a ser conscientes de ello, deben  resistirle, rechazarlo. Esto es el ego : el Yo que lo rechaza Todo . Debe desolidarizarse de una intimidad fluida con la Existencia y es esto lo que, paradójicamente, nos permite llegar a ser conscientes de la Existencia. El ego nace del contraste : exige una separación; necesita la interacción. Da origen a la voluntad propia y al primer discernimiento : sí o no. Y éste puede estar amenazado. » (Moss, 1996, 38.) Así, existe en lo viviente una eterna dualidad entre fundirse y resistir, entre ir hacia y replegarse.

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