El 12 de diciembre de 1917

Hoy hace 100 años que falleció Andrew Taylor Still.
Hemos querido marcar esta fecha a través de este texto de Pierre Tricot “¿Habéis dicho espíritu o espíritu?”
En una de sus citas, Still nos dice: «Encuentro en el hombre un universo en miniatura. Encuentro la materia, el movimiento y el espíritu» (Still, 1998, 306).
Así pues, merecía la pena indagar sobre el sentido de la palabra espíritu, y la propuesta que hace Pierre Tricot, nos ha parecido interesante.
¿Habéis dicho espíritu o espíritu?
Pierre Tricot DO[1]
Actualmente trabajo en la traducción de un libro apasionante, escrito por un osteópata americano, R. Paul Lee, cuyo título es Interface (Interfaz), y el subtítulo, Mécanismes del’esprit en ostéopathie (Mecanismos del espíritu en osteopatía). Proponiéndose comprender mejor la osteopatía, el autor ha vuelto a los textos de Still y de los pioneros de la osteopatía. De entrada, le impactó el hecho de que uno de los conceptos fundamentales, verdaderamente esencial para Still, muy pronto se vio excluido de los textos, de la filosofía y de la práctica de la osteopatía: el espíritu. Así pues, su conducta ha consistido en remontar al origen, los textos de Still; encontrar los ejemplos que indican, con claridad, la importancia del espíritu en la filosofía de la osteopatía, tal como la concebía Still; y comparar sus afirmaciones con las de algunos de sus contemporáneos que habían tratado el asunto. Contrastándolas después con las investigaciones actuales más punteras en ese ámbito y en el de la física cuántica, las cuales, tienden a validar la existencia de una fuerza distinta de la puramente física. Por último, nos propone reincorporar el concepto en nuestro ser y en nuestro hacer como osteópatas ¡Ambicioso! ¡Y apasionante!
Pero ese no es el propósito del presente artículo. Lo que lo motiva, es una dificultad encontrada en el transcurso de dicha traducción; dificultad que me ha obligado a ahondar en el sentido de ciertas palabras, aquí, en este caso, las palabras inglesas: mind y spirit. Ambas, utilizadas con frecuencia en la literatura osteopática, se traducen habitualmente como espíritu.
Entonces, ¿de dónde viene la dificultad? Proviene del hecho de que en la mayoría de las traducciones sobre las que he trabajado, estas dos palabras no se encontraban yuxtapuestas. Por tanto, podía utilizar su sentido en francés, espíritu, sin un estado de ánimo en particular (¡si puedo emplear esta expresión!); es decir, sin mayores preocupaciones. El contexto en el que se utilizaba, bastaba para diferenciar el sentido. Pero en el texto de Paul Lee, estas dos palabras se utilizan, a menudo, juntas; con un contexto que les confiere sentidos diferentes, mientras que yo sólo dispongo de una única palabra en francés para traducirlas.
Dos palabras, dos sentidos
Obviamente (para mí, en todo caso), e independientemente del contexto, si el inglés utiliza dos palabras diferentes, mind y spirit, es que no les concede el mismo sentido. En el caso actual, yo me he obligado a precisar su definición, utilizando un diccionario inglés (el Webster, en esta ocasión), para ver si podía extraer un equivalente más preciso en francés. He aquí lo que encontré:
«Mind», es el entendimiento, la razón, el pensamiento, la inteligencia, la atención, la memoria, la intención. Para traducirlo, no he encontrado una palabra francesa equivalente y me he visto obligado a recurrir a dos palabras: espíritu de razón, o espíritu organizador.
«Spirit», es el ser inmaterial, el pneuma, el aliento (divino); la parte no física del hombre. Y para traducirlo, aquí también, me he visto obligado a recurrir a dos palabras: espíritu de vida[2].
En ambos casos se trata, por supuesto, de espíritu, por tanto, de una cosa (si es que se puede utilizar la palabra cosa; por tanto, hablemos, más bien, de instancia[3]); así, son instancias que tienen como punto en común, ser no-materiales, asumir una causalidad; pero que, sin embargo, presentan características diferentes.
Esta indagación ha sido para mí la oportunidad de acceder a una toma de consciencia: en las traducciones (no sólo en las mías), cuando leemos «espíritu», el contexto no es siempre lo suficientemente evidente para poder determinar de qué espíritu se trata exactamente, lo que puede llevar a ciertos contrasentidos. Y de resultas, esto me ha llevado a releer y a volver a analizar ciertos textos de Still, Sutherland, etc.; llegando a ciertas deducciones que me parecen interesantes, hasta incluso, importantes.
Still y Sutherland, dos visiones diferentes
Still, el espíritu de razón
Aunque en sus escritos, Still a menudo habla de Dios, y por tanto, de un Creador divino (el Gran Arquitecto); la palabra mind es la que más se utiliza, es decir, el espíritu organizador:
«I find in man a miniature universe. I find matter, motion, and mind» (Still, 1908, 333).
«Encuentro en el hombre un universo en miniatura. Encuentro la materia, el movimiento y el espíritu» (Still, 1998, 306).
Aquí tenemos otra cita en la cual Still nos habla del espíritu de razón, por lo tanto, del espíritu organizador:
«Quiero deciros que venero a un Dios respetable, inteligente y matemático. Él conoce todo aquello que en la tierra va demasiado rápido y lo que no. No utiliza nuestros periódicos para publicar que Él ha preferido acelerar la tierra un poquito a fin de dejar pasar ese cometa. Ninguno de sus mundos le desobedece, no se embriaga, ni pierde la cabeza. Hago esta afirmación a partir de mi confianza en el completo poder matemático del Arquitecto Universal. Tengo la misma confianza en Su exactitud y en Su aptitud para crear, armar y dotar a la maquina humana para que ésta pueda funcionar desde la cuna hasta la tumba. Él la ha armado y dotado con todo aquello que es necesario para el viaje de una vida entera, desde el niño hasta el septuagenario» (Still, 1998, 208).
Nos dice, de igual manera, que este espíritu organizador está creado por el Gran Arquitecto, por tanto, por el Espíritu de vida.
Sutherland, el espíritu de vida
En el caso de Sutherland, lo que se pone de manifiesto es, más bien, el espíritu de vida, el «Aliento de Vida»:
«A propósito de la creación del hombre, nos enteramos de que el ‘Aliento de Vida’, y no el soplo del aire, “fue insuflado en el rostro de esta forma de arcilla, haciendo del hombre, un ser viviente”[4]. Yo considero el soplo del aire como uno de los elementos materiales utilizados por el hombre durante su estancia sobre la tierra. El cerebro humano es un motor; el Aliento de Vida es la chispa para el encendido del motor, algo no material, que nosotros no podemos ver» (Sutherland, 1998, 147).
Dos niveles diferentes de causalidad
Si buscamos ubicar estas dos cualidades del espíritu en un encadenamiento de causa a efecto, parece evidente que el espíritu de vida ocupa un nivel de causalidad superior al del espíritu organizador. En nuestra lógica (la del cono), el espíritu organizador sería creado a partir del espíritu de vida. Still, por cierto, lo expresa de esta manera, aun cuando no utilice las mismas palabras:
«Primero, el cuerpo material; segundo, el ser espiritual; y, tercero, un ser de pensamientos muy por encima de todos los movimientos vitales y de todas las formas materiales, cuyo deber es el de dirigir con sabiduría este gran mecanismo de vida» (Still, 2009, 39).
Sutherland «apunta» más alto
Con el Aliento de Vida, Sutherland «apunta» más alto en la ilación o la jerarquía de las causalidades (más alto en el cono, ¡para retomar nuestros conceptos favoritos!). En seguida se dirige, y de manera directa, a la Fuente. Y si nos imaginamos que los efectos dependen de las causas, parece más lógico dirigirse a la causa; dicho de otra manera, «vale más dirigirse a nuestro buen Dios que a sus santos». Toda una corriente osteopática espiritualista propone hallar esta conexión con la Fuente y abandonarse a ella, para dejarla solucionar los problemas que se encuentran en el sistema corporal del paciente.
Esta Fuente, también es la Inmovilidad; no tanto la incapacidad para el movimiento, sino el estado de inmovilidad tranquila, que centra el movimiento. Becker trata de describir esto en uno de los textos osteopáticos más maravillosos que conozco: «Be still and know» (Apacíguate y que sepas…)[5]. De hecho, en este texto cita a Sutherland dirigiéndose a sus estudiantes: «Con frecuencia he dicho que hemos perdido una noción en osteopatía que el Dr. Still intentó transmitirnos; es la parte Espiritual que él incluía en la ciencia osteopática» (Becker, 1951, 1).
Y para Becker, lo esencial en la actitud del osteópata, es tratar de unirse a esta fuente:
«Más próximo a mí que un hálito está el Creador del mecanismo craneal. Más próximo al paciente está el Creador de su mecanismo craneal… Mis dedos que piensan, sienten, ven y saben son guiados inteligentemente por el Gran Arquitecto quien concibió este mecanismo. La interpretación que doy de ello importa poco, con tal que mi trole mental permanezca en contacto con el hilo[6]» (Becker, 1951, 10).
Asimismo, se puede interpretar, bajo la consideración jerárquica causa/efecto, la famosa frase de Sutherland: «La regla de la arteria es suprema, pero el que manda es el líquido cefalorraquídeo». La regla de la arteria, es el espíritu organizador actuando, y el líquido cefalorraquídeo (para Sutherland) es el emisario del espíritu de vida o Aliento de Vida. Advertid que aquí yo no discuto la veracidad del poder conferido al líquido cefalorraquídeo; me conformo con citar a Sutherland para hacer comprender lo que él quería decir, a qué le otorgaba la prelación[7] (el espíritu de vida), y con lo que trataba de concordar.
¿Lo Divino?
En la introducción del libro The Stillness of Life (La Inmovilidad de la Vida), Rachel Brooks, quien ha cotejado los textos que constituyen la obra, habla de la relación de Becker con lo Divino, ergo, con la Fuente:
«La concepción personal del Dr. Becker era que cualquier persona tiene una relación personal e individual con lo Divino[8], de la cual, es responsable. No creía que había nada más profundo ni más simple que dicha relación. En su vida y en su práctica de la osteopatía, el Dr. Becker se esforzaba en vincularse lo más completamente posible a su “compañero silencioso”, o el “Boss”, como le gustaba nombrarlo. En el transcurso del seminario impartido en mayo de 1979, dijo: “Amo mi trabajo y estoy agradecido de tener la posibilidad de ejercerlo. Esto no tiene nada que ver con persona alguna, pero es algo maravilloso tener la posibilidad de que recordéis contactar con vuestro Compañero Silencioso, y abandonaros[9] a él. Una y otra vez. Esta posibilidad se me ofrece en todos los casos que yo consulto y me parece interesante”» (Becker, 2000, XVIII).
Vincularse
De ahí proviene toda una corriente de abordaje osteopático cuyo objetivo principal es el vincularse, abandonarse a ese poder superior y dejar hacer:
«Cada tejido tiene su tiempo interior para sanar. Hacen falta doce semanas a los músculos desgarrados o a un hueso fracturado para que se reparen. En caso de traumatismo, la curación sobreviene en el contexto y en función de la naturaleza anatomo-fisiológica del tejido en cuestión. Es un proceso vital. Si yo acepto estas reglas como base y acepto estar a la escucha de lo que hacen dichos tejidos en cada instante preciso, entonces, me siento libre para sencillamente participar y para compartir mi responsabilidad durante el tiempo que el paciente está conmigo, después, me retiro. No tengo porque llevarme todo eso a casa. Al final de una larga jornada de trabajo, estoy cansado, pero, no tengo que preocuparme, ni pensar en los pacientes que he tratado» (Becker, 2000, 24).
¿Esto es suficiente?
Aunque muchos de los osteópatas que trabajan dentro de esa corriente, afirman que no se necesita más que eso (vincularse y dejar hacer); al día de hoy, me sigo preguntando si es suficiente para ver cómo las dificultades del paciente se resuelven… No estoy convencido. En cualquier caso, en mi práctica, lo percibo como algo necesario, incluso indispensable; pero no siempre suficiente. ¿Por qué?
- Una primera razón es de naturaleza completamente práctica: existen circunstancias en las que, pese a la calidad de la presencia y a una buena conexión con la fuente, no se llega a la liberación.
- La segunda razón se deduce directamente de la tentativa por explicar la primera: ¿Por qué no funciona esto? Para intentar comprenderlo, retomemos nuestros modelos.
Generación
Si se examina el mecanismo de la creación utilizando el modelo del cono, se suele comenzar a partir de Nada. Esa Nada es lo Inmóvil, el Centro, el Fulcro. De esa Nada, nace «algo» que se convierte en existente, por tanto, consciente. Es un acto que engendra. Para que esto se produzca, se necesita una decisión, una intención, diríamos nosotros. No conozco el mecanismo íntimo de este fenómeno. Escapa a la razón. Pertenece a lo que Spencer llama lo Incognoscible.
«Visto que toda tentativa para concebir el origen de las cosas es fútil, me conformo con dejar la cuestión en el aire, como un misterio irresoluble» (Spencer, 1885, 173).
Pero según nuestro modelo, a partir del momento en el que hay existencia, hay separación y, por tanto, hay consciencia, puesto que se trata de espíritu. Nosotros vemos los tres (existencia, separación y consciencia) como inseparables, indisociables.
«La idea misma de consciencia, bajo el modo en que ella se manifieste, implica necesariamente distinción entre un objeto y otro. Para ser conscientes, se necesita que seamos conscientes de algo; y ese algo sólo puede ser conocido por lo que es, al ser distinguido de lo que no es» (Spencer, 1885, 67).
Esa Nada, de la que acabo de hablar, el estado anterior a la existencia de algo, genera el Todo. ¿Por qué el Todo? ¡Porque todo procede de nada! O si preferís, de esa Nada nace Todo el universo. ¿Por qué todas estas piruetas del lenguaje? Pues bueno, porque el proceso de engendrar crea un todo y después, unas partes a partir de ese todo. O si preferís de otra forma, asistimos a un fenómeno en el cual el Todo, la Consciencia de origen, diríamos, se escinde en partes, viviéndose cada parte como separada, aun cuando, fundamentalmente, no lo está (ella es una parte del Todo).
«Para evocar el dinamismo antagonista que nos interesa, Arthur Koestler habla de todo y de parte, y designa a la partícula portadora de estas características con el nombre de holón; palabra constituida a partir del griego holos (todo), asociado al sufijo – “on”, que designa a una partícula, una parte, como en protón y neutrón (Koestler, 1968, 51). Para Koestler, los holones se comportan “parcialmente como una totalidad y totalmente como una parte, según la manera en que los miremos”» (Tricot, 2005, 58).
Quien dice separación, dice reunión
Al mismo tiempo que la decisión de existir crea una fuerza de separación (el proceso que engendra es en su misma naturaleza, separación), crea una fuerza de reunificación, puesto que las partes separadas proceden de un mismo origen. Así, la fuerza de separación crea una contrafuerza de reunificación, casi igual y opuesta. Dicha fuerza de reunificación es inherente a toda la creación, y está en el origen de unas pulsiones que nos impelen a aproximarnos. Algunos nombran esta pulsión fundamental, amor. Personalmente, prefiero darle el nombre de afinidad, cuyo sentido da cuenta verdaderamente de la idea pulsional (no meditada) y, sobre todo, porque la palabra amor está tan trillada, pudiendo designar, hoy día, tantas cosas diferentes, que llega a ser demasiado imprecisa.
Agregación de consciencias
La reunificación que acabamos de mencionar no es posible, porque la entidad consciente dejaría de existir. Por tanto, cualquier consciencia se encuentra presa en una dialéctica de separación/reunificación que debe gestionar lo mejor posible. Una manera de gestionar la reunificación sin, por ello, dejar de existir como entidad consciente, es la agregación. Las consciencias se aproximan unas a las otras, a la vez que mantienen su existencia propia. Se agregan, creando sistemas que, ellos mismos, tienden a congregarse en sistemas de sistemas cada vez más complejos; lo que acaba por crear materia, primero, mineral simple, después más compleja, a partir de la cual se crea la materia vegetal, después, la animal, etc.[10] El Aliento de Vida (spirit) sigue estando presente (anima toda creación), pero aquí, ya no es sólo él quien actúa, también está el espíritu organizador (mind), el cual, permite gestionar la complejificación. Desde ahora, dejamos atrás el único ámbito del Gran Arquitecto, del Boss, como lo llama Becker, para abrazar el del espíritu organizador.
De lo simple hacia lo complejo
La función genera la estructura
Veamos ahora cómo un contemporáneo de Still, G. D. Hullet[11], esboza un modelo para le creación de la estructura a partir de la función, dónde explica que, una vez constituida, la estructura ya no tiene las mismas cualidades vitales que la función que la ha engendrado:
«Para cualquier estructura existe una fuerza organizadora que obra en segundo plano[12]. Esta fuerza es desconocida, pero se manifiesta por una acción, una energía, una función. En ese sentido, esto nos permite justificarnos al afirmar que la función es la causa de la estructura. Sin embargo, seguimos la aserción que afirma esta otra evidencia, según la cual, para poder expresarse de una manera sustancial, dicha fuerza organizadora debe poseer una base estructural. Esta base estructural es el protoplasma [la biogenia, de Still]. […] En gran medida, conviene advertir que la energía en funcionamiento sólo modifica las estructuras en los procesos de crecimiento, de compensación, o en cualquier condición en la cual parezca necesaria una acción definida y determinada. Desde el momento en que la actividad funcional o la fuerza dinamizante ha dado nacimiento y ha construido el instrumento de manifestación que necesita; la observación del cuerpo humano, del animal inferior y, de igual manera, de la vida vegetal, todos muestran que la función deviene entonces, contingente[13] de las condiciones mecánicas de la estructura y de la forma» (Hulett, 1903, 26-27).
Con ello podríamos decir que la función (o espíritu de vida), aunque hallándose en el origen de la creación de la estructura, se ve aprisionada dentro de la estructura y se hace dependiente de ella (por tanto, deviene tributaria del espíritu organizador) Aquí tenemos algo sumamente importante a concebir, para comprender todo lo que sigue. Pero, sigue tratándose del espíritu de vida, que se divide (o se multiplica, de hecho, es lo mismo) en entidades (consciencias) más pequeñas, que se organizan, unas con otras, para evolucionar hacia lo complejo. Cada entidad existente es una consciencia que se encontrará, también ella, presa de la dialéctica entre la preservación de su propia existencia (actualización del yo), y la participación en la actividad del organismo al cual pertenece, y del que depende su supervivencia (potencialización del yo).
La célula, una consciencia
Transpongamos nuestro modelo a la célula. El abordaje tisular considera la célula como una consciencia cuyo espacio está limitado por una membrana y centrada por un fulcro. El centro, fulcro, yo, consciencia, es inmóvil con respecto a una periferia en movimiento. El movimiento nace de la necesidad que tiene la consciencia de sentirse existir. Esta sensación sólo existe con el cambio. Éste se manifiesta unas veces por un eflujo (expansión), otras por un influjo (retracción). La alternancia eflujo/influjo está impuesta por el límite físico (la membrana), que impide la expansión infinita, y por la necesidad de recuperar una parte de la energía disipada. De esta manera, nace una tensión recíproca en la periferia de la célula, entre las fuerzas expansivas y las fuerzas de retracción, en perpetúa búsqueda de equilibrio. Así, nace igualmente el intercambio recíproco, la comunicación entre la consciencia y su entorno, que se organiza de manera rítmica. La célula es, por tanto, un convertidor: convierte la actividad de la consciencia, que es comunicación (intercambio), en un movimiento (involuntario) alternativo de expansión y de retracción. Entonces, la calidad del movimiento (involuntario) de una estructura viva nos informa de su calidad de comunicación, ergo, de su vitalidad.
Organismo vivo, sistema organizado
Cuando unas células se agregan para constituir un tejido, transfieren una parte de su yo personal hacia el tejido; dicho de otro modo, participan en algo que las trasciende, que es más vasto que ellas y, simultáneamente, potencializan una parte de su yo. Al mismo tiempo que transfieren una parte de su yo, también lo hacen con su fulcro, lo que convierte al tejido en un nuevo sistema que tiene su propio fulcro, el cual, en lo sucesivo, centra los fulcros de las células que lo constituyen.
Podemos considerar el cuerpo humano vivo como una organización de consciencias, de fulcros por tanto, con inmovilidad relativa; y, centrados sobre un fulcro resultante, el Yo del cuerpo, que las filosofías orientales localizan en el centro del cráneo. A esta organización de consciencias le da respuesta una organización de estructuras, representada por los agregados celulares, que están organizados en tejidos, órganos y sistemas.
Podemos imaginar el cuerpo como una medusa, la cual, representa muy bien la idea de movimientos de fluidos dentro de lo fluido; la idea de que hay una única separación entre fluidos interiores y fluidos exteriores confiere al sistema una identidad y una organización mecánica, sin que por ello se modifique su naturaleza profunda: la de fluido. En el organismo humano, hablaremos, más bien, de plasticidad; porque el aspecto material de ciertas estructuras, especialmente los huesos, los acerca en especial al universo físico, haciéndolos más sólidos, menos fluidos. La experiencia palpatoria es la que nos permite percibir la plasticidad de las estructuras.
Lucha por la supervivencia
La estructura viva es un sistema relacional atrapado en el dilema constante de intercambiar con el exterior para conservar la sensación de existir, a la vez que mantiene una separación para preservar su identidad. De estos imperativos opuestos nace una tensión recíproca, que trata de equilibrarse sin cesar, lo cual es imposible, puesto que, entonces, la consciencia (o el sistema de consciencias) perdería la sensación de existir.
La salud
La salud podría definirse como un estado en el cual el conjunto de las consciencias que constituyen el organismo (agregado de consciencias), consiguen gestionar, individual y colectivamente, la dialéctica todo/parte u otro/yo, de la mejor manera posible. La célula es un convertidor (convierte la comunicación o el intercambio en movimiento): esto se traducirá en los movimientos (involuntarios) de las diferentes partes del sistema corporal, las cuales tenderán a sincronizarse.
En un estado de sincronización (que podríamos llamar, unísono), el todo vale más que la simple suma (o yuxtaposición) de las partes; lo que percibiremos, en la palpación, mediante un movimiento de expansión/retracción (involuntario) lento, amplio y tranquilo (las mareas).
Volvamos a la retención
Cuando una parte del sistema, o agregado, está en peligro -dependiendo de lo que vive, por tanto, de su relación con su entorno-, tenderá, de modo totalmente natural, a privilegiar (actualizar) su yo, a afirmarse como yo, potencializando en la misma medida el otro y/o su participación en el sistema que la ampara. Esta reacción se produce automáticamente, es decir, que las consciencias que la desencadenan, no tienen consciencia de lo que hacen. Este automatismo está vinculado a la naturaleza dual de la consciencia. Sin embargo, aunque ésta permite «salvar el pellejo» a una parte, perjudica el buen funcionamiento de la totalidad, lo que se experimentará inmediatamente a través de unas rupturas, más o menos importantes, en la percepción de la armonía del conjunto. Las partes ya no son tan sincrónicas, el unísono se altera; lo que se experimenta en la percepción de los movimientos (involuntarios) a nivel del cuerpo. A este fenómeno lo llamamos retención (se corresponde con la parte que «se separa», es una retención de energía, por tanto, de información entre la parte y el todo). Esto se puede producir en todos los niveles de existencia del sistema vivo: material, biológico, mental, espiritual; y por causas de tipo traumático, metabólico y/o emocional (tres niveles relacionales diferentes).
Consecuencias de la retención
- A nivel subjetivo, el de la consciencia, la retención (individualización de las consciencias) se corresponde con una disminución del intercambio o de la comunicación con el entorno; entonces, la estructura se hace menos consciente de su existencia y, al disminuir sus intercambios con el organismo al que pertenece, se sustrae parcialmente de la consciencia de dicho organismo, el cual, olvida su existencia. Este «olvido» es mutuo: la parte «olvida» parcialmente la existencia de la totalidad, la cual, ella misma, «olvida» parcialmente la existencia de esa parte que se ha individualizado.
- A nivel objetivo, el de la materia física, esto se traduce en un aumento de la densidad, de la tensión y de la inercia (más energía concentrada en una zona precisa).
- A nivel mecánico, al retraerse la zona, atrae hacia sí los tejidos que se conectan con ella, lo que altera la mecánica profunda de todo el sistema, obligándole a crear adaptaciones.
- A nivel fisiológico, el de la función, al estar la zona en hipo-comunicación, no se aseguran la o las funciones correspondientes tan bien como antes, lo que obliga al organismo a establecer funcionamientos compensadores.
- A nivel circulatorio, hay un enlentecimiento y un estancamiento de los flujos de intercambio, lo que, especialmente, induce estasis y acumulación de sustancias potencialmente tóxicas.
Más lejos con la retención, el rechazo
Cualquier entidad viva que, por definición, vive de la relación y gracias a ella, debe gestionar el par todo/parte, que podemos asociar a otro par esencial, el par aceptación/rechazo. Hasta aquí, estábamos frente a situaciones de «peligro» para la existencia, relativamente benignas. Pero, cuando el «peligro» para la existencia de la consciencia se hace demasiado fuerte y amenaza su ser, ésta ya no se conforma con resistir, con actualizar yo en relación al exterior; sino que rehúsa, rechaza, se encierra. Al hacer esto, la consciencia va en contra de lo que fundamentalmente es: un ser. Frente a dicho ser, crea (actualiza) un no-ser, que es la oposición a su ser (el cual sólo puede mantenerse, puesto que es su esencia); y, al mismo tiempo, crea un no-espacio, un no-tiempo, una no-energía y una no-memoria (el olvido), etc.
«La consciencia material, es decir, la mente en la Materia, se ha constituido bajo la presión de las dificultades - dificultades, obstáculos, sufrimientos, luchas. Ésta ha sido, por así decirlo, “elaborada” por dichas situaciones, y esto le ha concedido una impronta, casi de pesimismo y de derrotismo, lo cual es, sin duda, el mayor obstáculo. […] Es la gran base, la inmensa base de la Vida. La vida se sustenta sobre esto: sobre ese NO. Un no que toma mil formas, millones de formas y pequeñas enfermedades o pequeñas debilidades, pero que todas se encauzan hacia el deseo ardiente del no final: la muerte» (Satprem, 1976, 199).
Dicho «No», no es verbal, es comportamental, e implica una respuesta por parte de la estructura viva, generalmente no consciente, pero activa, de retención de energía extremadamente fuerte, para tratar de aislarse del peligro que la amenaza. Incluso es posible que este tipo de respuesta - retirada, resistencia, rechazo -, esté en el origen de la evolución de los organismos, al haber funcionado las soluciones de supervivencia, al encontrarse progresivamente integradas y trasmitidas a la descendencia, que las reproduce de manera automática, y al crear progresivamente nuevos organismos, cada vez más complejos (cada vez más compartimentados).
Asimismo, esta respuesta de retirada, este «No», puede concebirse como la respuesta fundamental utilizada, sistemáticamente, por lo vivo (lo consciente) frente a la adversidad, mecanismo que, sin cesar, vuelve a entrar en vigor en cuanto se presentan problemas en el aspecto relacional de las consciencias. En consecuencia, la encontramos integrada en el mecanismo mismo de lo vivo, cuya primera reacción frente a la adversidad es la retirada, la resistencia, el rechazo, con todos los efectos secundarios que afloran de ello.
Persistencia
El problema básico de este «No», es su fijeza. Aunque la consciencia, animada debido a su naturaleza por un dinamismo antagonista hecho de opuestos, puede elegir actualizar uno de los polos más que el otro (potencializando su contrario), el «No» fija la actualización/potencialización de la consciencia, la cual, entonces, ya no puede cambiar, por sí sola, su estado. Cuando el ser de una entidad consciente se ve amenazado, se producen las retenciones; y los rechazos, cuando dicho ser se ve, en verdad, gravemente amenazado. Entonces, la simple presencia, bien conectada al Boss, puede no ser suficiente para solucionar los problemas que se plantean a nivel del espíritu organizador.
¿Por qué no basta la simple «exposición» al aliento de vida?
De esta manera, a medida que se crean las entidades conscientes, todas ellas animadas por el Aliento de Vida, su potencia inherente va disminuyendo, lo que las hace cada vez menos capaces de auto-liberarse, pudiendo ser necesaria la utilización de medios precisos y potentes.
En lugar de estar constituido por entidades que viven en armonía y que tienden hacia un funcionamiento sincrónico (un unísono), el agregado se convierte en una yuxtaposición de entidades que han perdido una parte de su aptitud para participar en el funcionamiento de todo el conjunto. El problema es que se trata de mecanismos; es decir, de respuestas automáticas, que las consciencias establecen sin ser conscientes de lo que hacen. Se encuentran, pues, aprisionadas en su propio sistema, sin tener la posibilidad de invertirlo.
Resolver una retención
Una zona de retención se caracteriza por su reticencia a comunicar. El modus operandi del abordaje tisular propone un conjunto de medios destinados a permitir que las consciencias, en retención o en rechazo, vuelvan a encontrar el camino de la comunicación. Para ello, propone los parámetros de palpación (objetivos y subjetivos), mencionados en detalle ya en otros escritos; y, sobre los cuales, sólo volveremos de manera sucinta.
Para poder entrar en relación con las consciencias, hay que alcanzarlas en su realidad material (al sincronizarse con su densidad, su tensión y su inercia - parámetros objetivos) y en su realidad de consciencia (gracias a la presencia, la atención y la intención - parámetros subjetivos). Establecer un acuerdo, sintonizarse con su realidad física y de consciencia, permite alcanzarla dentro de su rechazo. El osteópata, al ser él mismo consciencia, puede, una vez alcanzados los tejidos en su realidad material, dirigirse a la consciencia tisular.
El contacto con las dos realidades tisulares, subjetiva y objetiva, se traduce en la puesta en movimiento de la estructura, la cual, a través de ese movimiento (no fisiológico), libera su carga energética y la información contenida, hasta el still-point, momento de inmovilidad durante el cual se resuelve la retención, y al que sigue la vuelta a la comunicación puesta de manifiesto por la expansión de la estructura.
Encontrémonos de nuevo con Hulett:
« […] La estructura, […] es incapaz, en gran medida, de ajustarse por sí misma con rapidez, teniendo como resultado que la función debe sufrir inmediatamente, y continúa haciéndolo hasta que la condición estructural esté controlada. […] Admitiendo que la función pueda modificar la estructura, puede con más facilidad modificarse a sí misma, lo que la hace perfectamente auto-ajustable. Por otro lado, la estructura sólo es auto-ajustable de manera pasiva y, en consecuencia, probablemente permanecerá en su condición anormal hasta que se le aplique alguna fuerza externa. […] La estructura que representa los canales gracias a los cuales se manifiestan las fuerzas de la vida, deviene, comparativamente, rígida» (Hulett, 1903, 26-27).
El osteópata, con el abordaje tisular, no aporta a las estructuras vivas «una fuerza ciega venida del exterior», parafraseando a Sutherland, sino una fuerza guiada, orientada por los mismos tejidos, vinculados con su naturaleza espiritual, la cual, respeta sus dos niveles de existencia: material (parámetros objetivos - espíritu organizador) e inmaterial (parámetros subjetivos - espíritu de vida), con el fin de permitirles que se vuelvan a poner en comunicación, lo que, al parecer, no pueden hacer solos.
Lo primero, la presencia: enraizamiento y soltar lastre
Nuestra primera acción como osteópatas es establecer la presencia y procurar conectarnos[14]. Ponemos en práctica lo que llamamos el enraizamiento y el soltar lastre, cuyo objetivo es establecer un vínculo entre «lo alto y lo bajo»; es decir, conectarnos con el Espíritu (de vida) y con el Espíritu (organizador). Es una primera etapa esencial para comenzar a establecer, o para reestablecer, un cierto unísono entre las consciencias.
Este tiempo es tan importante para el osteópata como para el paciente. En efecto, el osteópata, también él, es un agregado de consciencias. Y las consciencias de su propio sistema corporal no necesariamente se hallan en una calidad óptima de sincronización/unísono. Éste tiempo, durante el cual establece su relación con los espíritus de vida y de organización, ayudará a que se sincronicen sus propias consciencias, aumentando, en la misma medida, su potencia de intervención (el todo vale, entonces, más que la simple yuxtaposición de las partes) y disminuyendo en la misma proporción su fatiga.
Después, la intención de sesión
Para nosotros es esencial, puesto que nosotros nos dirigimos a unas consciencias. Además, formular de manera clara a qué consciencias nos dirigimos (las consciencias implicadas en la dificultad o los síntomas del paciente), permite al osteópata liberar su atención del síntoma para dedicarla por entero a las consciencias, con la idea de que son las consciencias implicadas en el problema del paciente, las que responderán (o no responderán) con prioridad. Las que puedan responder y volver a ponerse en comunicación, lo harán espontáneamente (con mayor o menor rapidez, manifestando movimiento), y, entonces, aquellas que no pueden o no quieren responder se harán mucho más perceptibles, por los efectos que generan (cierre, retracción, inercia).
Desbrozar
La primera acción terapéutica emprendida consiste en «desbrozar» las cosas; es decir, tomar las medidas que permitirán volver a poner en comunicación/unísono todas las partes del agregado corporal del paciente que lo puedan hacer con facilidad. Si utilizo la palabra corporal, es porque el cuerpo físico centra todas las consciencias del agregado, pero, obviamente, ello sobrepasa el cuerpo físico, en sentido estricto, para, de igual modo, interesarse por los ámbitos psíquicos y espirituales. El cuerpo es el lugar de expresión, de manifestación de los problemas de consciencia, pero no es obligatoriamente la causa de ellos… Por tanto, la atención y la intención del osteópata deben englobar igualmente estos otros ámbitos más vastos, a fin de incluirlos en su sesión. Este acto de englobar, no es tanto una cuestión de espacio físico como de concepto: la idea de que se dirige a todas las consciencias del paciente. Desde este punto de vista, sería más justo decir que el osteópata alcanza el universo del paciente, lo que, efectivamente, conlleva las consciencias corporales, pero también el psiquismo del paciente y el mismo ser.
En el abordaje tisular, para «desbrozar», utilizamos la compresión occipital, descrita extensamente en los libros 1 y 2 del abordaje tisular, y en un texto distinto: De la compression du bulbe à la compression occipitale (De la compresión del bulbo a la compresión occipital)[15]. Con la atención sobre la totalidad del sistema corporal del paciente (el universo del paciente), dejamos hacer; es decir, dejamos liberarse todo aquello que puede liberarse espontáneamente. Estamos presentes a lo que sucede y seguimos los movimientos de liberación que son perceptibles en nuestras manos.
Cuando una percepción mecánica (como lo es una tracción tisular) o bien del ser (claro/oscuro, color, forma geométrica, intuición, sensación de ser frenado en la progresión del ser en el cuerpo del paciente, etc.) parece indicarnos un lugar del cuerpo en donde hay resistencia a la comunicación, focalizamos la atención ahí, siguiendo conectados y en presencia, para ayudarle a volver a ponerse en comunicación. Así, hacemos que « suelte» todo aquello que puede hacerlo con facilidad. Esto permite mejorar todas las comunicaciones en la totalidad del sistema corporal del paciente, lo que, en sí, ya es terapéutico.
Resistencia
Cuando una zona resiste, le cuesta volver a la comunicación (no consigue soltar, distenderse, volver a ponerse en movimiento), utilizamos unas ayudas que tienen como objetivo alcanzar con más fuerza las consciencias en resistencia, con el fin de volverlas a poner en comunicación. También puede ser necesario desplazarse (con las manos) localmente sobre la región problemática, para poder estar más cerca de ella, físicamente hablando.
Las ayudas
Amén de la presencia y el enraizamiento/soltar lastre, que siguen siendo los puntos clave del ser, en lo que concierne al osteópata, existen algunos medios bien conocidos, desarrollados ya con nuestro modelo:
- Encontrar (localizar) las entidades en rechazo, en el espacio corporal o extra-corporal.
- Focalizar la atención precisamente sobre ellas (subjetivo), alcanzarlas en su densidad/tensión/inmovilidad (objetivo).
- Recurrir a la apnea espiratoria.
- Entrar en dialogo (verbal, pero mental), utilizando las herramientas previstas para ello: «Me dirijo a…», incitar el rechazo, el uso del « ¿Quién no quiere? », de modo iterativo (antes de reenviar la información, aguardar a que los tejidos se hayan pegado de nuevo en su rechazo,).
- Ir más lejos con la interrogación tisular (utilizando los orígenes de retención).
- Pueden ser necesarias otras ayudas en función del contexto, especialmente, la técnica de regresión consciente (Tricot, 2005, 197-210) y la técnica sobre los flujos (Tricot, 2005, 211-227); desarrolladas y puestas en práctica en el nivel 2 del abordaje tisular.
Estas medidas funcionan especialmente bien. Pero me doy cuenta que sólo funcionan verdaderamente cuando el osteópata está a la vez bien enraizado y bien conectado a la Fuente. Así, ya no es él como persona quien hace el trabajo, se conforma con dirigir el flujo de atención/intención, llevando el espíritu de vida dentro de las zonas corporales del paciente, en las que ha reconocido una dificultad. Únicamente es un intermediario. Entonces, el osteópata sólo es un «emisario» del Espíritu de vida; él no es quien hace el trabajo.
El osteópata
Se pueden y se deben decir varias cosas a propósito del osteópata. La primera, que no hay ninguna diferencia esencial entre un osteópata y un paciente. Son dos seres humanos:
« El osteópata es un mecanismo respiratorio primario involuntario en el seno de una fisiología corporal voluntaria viva. Su paciente está dotado de las mismas cualidades; es decir, que es un mecanismo respiratorio primario involuntario en el seno de una fisiología corporal voluntaria viva » (Brooks ed., 1997, 138).
En el modelo tisular, ¿qué es lo que diferencia al osteópata del paciente? Dicho de otra forma, ¿qué es lo que ubica a uno de estos dos términos de este binomio en el rol de osteópata?
« Fundamentalmente, un convenio portador de un contrato implícito establecido entre este último y una persona que viene en busca de ayuda. Este acuerdo mutuo transforma un sistema corporal en osteópata, confiriéndole el estatus de fulcro. En el intercambio que se establece, se convierte en un punto de apoyo a partir del cual (y no en el cual) el paciente puede descargarse y volver a encontrar una cierta armonía, una coherencia. Según la consciencia que tenga el osteópata del rol que tiene y la manera en la cual considera a su paciente, la relación puede construirse de manera muy distinta» (Tricot, 2002, 246).
El par terapeuta/paciente
Acabamos de hablar de un binomio; así pues, de dos polos; por tanto, de un par… La relación terapéutica puede analizarse como un par, en el seno del cual existen dos polos: el polo terapéutico y el polo paciente; a los cuales, obviamente, se les podría dar otros nombres: ayudador/ayudado, médico/enfermo, etc. Charles Chalverat [16] habla de par sanador/herido. De hecho, él desarrolla la idea en la que se contempla que dicho par existe en cada uno de los dos protagonistas de la relación terapéutica y que es la actualización del polo sanador en el terapeuta y la actualización del polo herido en el paciente, lo que crea la base de la relación terapéutica:
«El aspecto polar del arquetipo del sanador herido adquiere una importancia muy particular, en el sentido de que uno de los dos polos del arquetipo se encuentra, al principio, en el consciente de cada compañero mientras que el otro polo se coloca en el inconsciente (en lo no sabido), y ello, de forma invertida también. Un esquema nos ayudará a comprender la compleja dinámica que se instala en la relación entre ayudador y ayudado, cuando este arquetipo es constelado. Este esquema se inspira de la teoría de la proyección de C. G. Jung (1980).
La pareja terapeuta/paciente
En cada una de las dos personas presentes, existe una parte de sanador (polo A) y una parte de herido (polo B). El ayudador, ya sea fabricante de secretos[17], médico, trabajador social o psicoterapeuta, se presenta socialmente como el que brinda una ayuda, mostrando de este modo el polo sanador del arquetipo. El polo herido queda en la sombra.
El que necesita ayuda se presenta socialmente como herido. Por debajo del umbral de lo consciente se encuentra su parte sanadora. En principio, el trabajo del ayudador consiste en despertar el sanador interior del paciente, mientras que éste, herido, despertará, por resonancia, la herida interior del ayudador» (Chalverat, 1999).
En nuestra jerga, diríamos que el osteópata actualiza el polo sanador y potencializa, en la misma medida, el polo herido, mientras que se produce el mismo fenómeno, pero a la inversa, con el paciente. Los posicionamientos del terapeuta y del paciente se establecen, la mayoría de las veces, sin la menor sospecha por parte de los dos protagonistas; es decir, sin que lo sepan ni el uno ni el otro, creando una situación de información no-sabida, no-conocida. De ahí pueden surgir numerosos problemas:
«Si alguien cae enfermo, es el arquetipo médico/enfermo el que se constela. El enfermo busca un sanador exterior, pero al mismo tiempo se activa un sanador interior... Es el médico en el mismo paciente el que cura, tanto como el médico que interviene desde el exterior. El médico que existe en nosotros es el factor de curación. Ninguna herida, ninguna enfermedad puede curar, si el sanador interior no se pone a actuar... Tiene que haber algo, en el cuerpo y en el alma, que coopere para que se superen la enfermedad y los traumatismos» (Guggenbühl-Craig, 1985, 118).
Ciertamente, y aunque estas declaraciones no sean debidas a un osteópata, ¡el mismo Still no renegaría de ellas!
«Pero una de las polaridades del arquetipo puede ser reprimida y la parte reprimida proyectada. El enfermo puede proyectar el sanador interior en el médico de cabecera, y éste, sus propias heridas en el enfermo… Entonces, ya no se constela ningún factor de curación en el paciente. El médico se convierte en «nada más que sanador» y el paciente se convierte en «nada más que enfermo». Caemos en la trampa de la reunificación con el otro polo del arquetipo que se opera a través del poder. El ayudador hace de su paciente el objeto de sus veleidades de poder. Se convierte en un hombre poderoso, no debido a su fuerza, sino mediante una escapatoria psicológica, mientras que el paciente se instala en una cómoda sumisión. El deseo del poder y de la sumisión es aquí la expresión de un intento de reunificación del arquetipo desorganizado. El cliente se torna en paciente eterno. El ayudador se cree que es él quien cura, y se siente como el factor sanador y se olvida que su función consiste, esencialmente, en permitir al factor sanador que se despierte o se mantenga» (Chalverat, 1999).
La importancia de esta consideración es evidente, tanto para el paciente como para el terapeuta.
Para el paciente
El paciente, quien, por definición, actualiza el polo herido, potencializa, en la misma medida, su polo sanador. Si se fija demasiado en este mecanismo, no permite al polo sanador actualizarse lo suficiente como para obtener una mejoría o incluso una curación de su estado. Así pues, remite toda la acción sanadora hacia el exterior, del cual espera la solución (de un terapeuta, de un medicamento, de una técnica, etc.), en lugar de buscarla en el interior. Aquí, volvemos a encontrarnos con el esquema clásico en el cual se ha encerrado (especialmente desde Pasteur) el sistema bio-médico.
Para el terapeuta
El terapeuta, quien, por definición actualiza el polo sanador, potencializa, en la misma medida, su polo herido, incluso lo reprime, lo que determina una alteración de la relación terapéutica:
«Para evitar esta trampa en la que caen muchos ayudadores y en la que también caen muchos profesionales de las medicinas clásicas, es absolutamente necesario que el que ocupa la plaza del ayudador siga vinculado con su parte herida. Lo que conlleva la exigencia de permanecer en contacto con sus fragilidades, sus sombras, sus debilidades y guardarse de la ilusión de haberlo resuelto todo de una vez por todas.
Identificándose por completo solamente con el polo sanador del arquetipo, el ayudador vive una verdadera inflación psíquica, caracterizada por una hinchazón de la personalidad más allá de los legítimos límites individuales. No es fácil para la psique humana soportar las polaridades. Es más cómodo reprimir la parte que estorba y proyectarla hacia el exterior. Sin embargo, si el ayudador sabe contener sus dos polos a la vez y estar atento a las resonancias que se pueden establecer entre las problemáticas del paciente y las suyas, trabajándolas para preservar una cierta ventaja; así, podrá autorizar al paciente a entrar en relación con su parte de sanador interior. Dentro de esta dinámica, la coherencia de uno induce la coherencia del otro. Cuanto más se pone el ayudador en relación consciente con su parte herida, en mayor medida podrá su paciente ponerse en relación con su parte sanadora.
El proceso iniciado de este modo, ya no es únicamente una relación de influencia del ayudador sobre el ayudado, sino una verdadera coevolución, que exige por parte del ayudador una gran consistencia personal, puesto que, cada vez, debe aceptar ponerse en marcha él mismo tanto como su paciente. El ayudador reconoce que está al servicio de un procedimiento que no controla completamente, ya que lo esencial no es el proceso de influencia, sino la activación de la función trascendente en cada uno de los compañeros. Jung define la función trascendente como la facultad que tiene el inconsciente para secretar un tercer término en las situaciones de polaridad aparentemente insuperable. Entonces, para encontrar el desenlace, es necesario abandonarse a esta función, la cual, reúne los opuestos dentro de una conjunción dinámica. Esto quiere decir que se trata de soportar el conflicto hasta que surja el acontecimiento inesperado que invierte la situación o la coloca en otro plano. La solución creadora puede aparecer como una renovación portadora de vitalidad y de sentido, como una salvación divina. En esto, coincidimos con las más antiguas tradiciones del arte de sanar, tal como es la concepción que se podía encontrar en la Antigua Grecia, la cual afirma que sólo el sanador divino puede ayudar, al no poder el humano más que facilitar la aparición de dicho sanador divino» (Chalverat, 1999).
Lo que Rollin Becker expresa, en otros términos:
«Lo primero que hay que hacer, y no os va a gustar, es renunciar a vuestro ego. Estáis lejos de ser tan inteligentes como vuestro cuerpo o el cuerpo de vuestro paciente que se encuentra sobre la camilla» (Brooks ed., 1997, 144).
El centraje en el seno de la pareja terapeuta/paciente
Aquí también es necesario un centraje, que debe permitir a los dos protagonistas de la pareja terapeuta/paciente, encontrar un posicionamiento que permita, a cada uno, vivir esta relación de forma constructiva. El terapeuta lleva una responsabilidad más importante, puesto que es él quien asume la gestión de la relación con su paciente. Le incumbe, en especial, relacionarse de nuevo con su parte herida, en lugar de rechazarla, o incluso, de reprimirla. Este punto es importante, porque además de la hinchazón del ego mencionada anteriormente, la represión de esta parte herida lo lleva, muy a menudo, a una actitud de no simpatía, de no comprensión del paciente y de sus dificultades, lo que no permitirá a la parte sanadora del paciente activarse de forma óptima. Como mucho, la relación no funcionará, en el peor de los casos, mantendrá al paciente en una actualización de su polo enfermo que no le permitirá acceder a una verdadera curación.
Aceptar sus heridas
Pero la aceptación por parte del terapeuta de su polo herido puede, igualmente, impedirle encontrar la posición justa respecto a su paciente: bien puede dejarse implicar demasiado en el problema del paciente, convirtiéndose éste, al mismo tiempo, en su propio problema; o bien, el malestar generado por las resonancias de su propio caso, puede llevarlo a una actitud no neutra, no adecuada, quizá agresiva respecto al paciente, juzgándolo responsable de ese malestar. En los dos casos, no ofrece al paciente un fulcro, un punto de apoyo suficientemente estable y neutro como para ayudarle a solucionar su problema desde el interior…
Terapeuta paciente
Así pues, este centraje es necesario, pero es sutil. Me parece que la única solución verdadera para el terapeuta es aceptar convertirse en paciente él también; es decir, aceptar su polo herido en lugar de rechazarlo o reprimirlo. Pero si este punto es una condición previa, no me parece suficiente. En efecto, sus heridas constituyen tantos puntos de dispersión que dificultan su centraje… Por tanto, necesita ir más lejos y poner en marcha los medios necesarios para curarlas. Reencontrarse con sus viejas heridas y sanarlas le permitirá acceder a una mejor comprensión de lo que sucede en su paciente, al mismo tiempo que le permitirá permanecer neutro, ya que no estará implicado personalmente en lo que sale a la luz en el transcurso de la sesión (no puesto en resonancia – no disperso, por ende, centrado).
Presencia al unísono
Volvamos a las retenciones que crean, para nosotros, el caso osteopático de una persona (terapeuta o paciente, no importa). La característica de una retención, ya evocada en los libros dedicados al abordaje tisular (Tricot, 2003, 97-110 & 2005, 106-122), es mantener una parte del agregado dentro de otro espacio-tiempo-energía, diferente del que se vive en el presente. Por tanto, las retenciones actúan como numerosos agentes que dispersan en la misma proporción la atención de Yo, impidiéndole acceder a la verdadera presencia, debido a esas partes de él que permanecen en el pasado. Liberar dichas retenciones (sea que éstas existan en la materia biológica, neuro-psíquica o espiritual), es llevar de nuevo estas partes de nosotros a lo que se vive en el presente y es también reunificarse, por lo tanto, centrarse. Además del hecho de no estar ya puesto en resonancia por los acontecimientos similares vividos en el paciente, esto mejora la calidad de la presencia del agregado en su totalidad. Esto permite al terapeuta reanudar la relación con su verdadero Yo o Compañero Silencioso, o Boss, tal como lo evoca Rollin Becker, reencontrándose con mayor facilidad con la unidad. También se podría decir que esto permite crear un mejor unísono de presencia, en el cual, la totalidad vale más que la suma de las partes, mejorar en la misma medida la calidad del centraje entre enraizamiento y soltar lastre, a fin de poder alcanzar las retenciones del paciente dentro de su densidad con mayor facilidad y ayudarlas a resolverse. En pocas palabras, esto crea unas mejores condiciones que permitirán que el osteópata pueda ofrecer a su paciente el fulcro estable que necesita para curar sus heridas. Como lo repito muy a menudo: un terapeuta debe de ser paciente.
Bibliografía
Becker, Rollin, Be still and know – Apacíguate y sabe… Conferencia en homenaje a William Garner Sutherland. Presentada en Filadelfia, Pensilvania, el 22 septiembre 1965.
Becker, Rollin, 1997. Life in Motion. Rudra Press, Portland, 374 p., ISBN: 0-915801-82-5.
Becker, Rollin, 2000. The Stillness of Life. Rudra Press, Portland, 274 p., ISBN: 0-9675851-1-2.
Chalverat, Charles, Le mythe du guérisseur blessé dans les médecines populaires comme fondement archétypique de la relation d’aide. Texte paru dans La Vouivre, cahiers de psychologie analytique, 1999,Vol. 9. Rédaction : François Badoud, place Pury 7, 2000 Neuchâtel, Suisse. Téléphone : +41 32 724 35 96 e-mail :
Article PDF accessible à l’adresse Internet :
http://www.edudoc.ch/static/infopartner/periodika_fs/2000/EP_Education_permanente/Ausgabe_03_2000/ep0322.pdf [accédé le 01/03/2010].
Guggenbühl-Craig A. 1985. Pouvoir et relation d’aide. Éditions Pierre Mardaga, Bruxelles, 227 p., ISBN: 2-87009-237-7.
Hulett, Guy D., 1903. A Textbook of the Principles of Osteopathy. Journal Printing Company, Kirsville Mo, USA, 370 p., ISBN : -.
Koestler, Arthur, 1968. Le cheval dans la locomotive. Calmann-Lévy, Paris, 344 p., ISBN : -.
Koestler, Arthur, 1979. Janus. Calmann-Lévy, Paris, 348 p., ISBN : .
Satprem, 1981. Le Mental des cellules. Robert Laffont, Paris, , ISBN : 2-221-00678-X.
Spencer, Herbert, 1885. Premiers Principes. Félix Alkan, Paris, , ISBN : .
Still, Andrew Taylor, 1998. Autobiographie. Sully, Vannes, 362 p., ISBN : 2-911074-08-04.
Still, Andrew Taylor, 2009. La philosophie et les principes mécaniques de l'ostéopathie. Sully, Vannes, ,ISBN : 978-235432-037-9.
Still, Andrew Taylor, 2003. Philosophie de l'ostéopathie. Sully, Vannes, 320 p., ISBN : 2-911074-64-5.
Sutherland, William Garner, 1971-1998. Contributions of Thought. Rudra Press, Portland, 364 p., ISBN : 0-915801-74-4.
Sutherland, William Garner, 2002. Enseignements dans la science de l'ostéopathie. SCTF/Satas, Fort Worth, 312 p., ISBN : 1-930298-02-1.
Tricot, Pierre, 2002, 2005. Approche tissulaire de l'ostéopathie - Livre 1. Sully, Vannes, 320 p., ISBN : 2-911074-40-8.
Tricot, Pierre, 2005. Approche tissulaire de l'ostéopathie - Livre 2. Sully, Vannes, 280 p., ISBN : 2-911074-80-7.
[1] Del blog de Pierre Tricot, Approche tissulaire de l’ostéopathie. Marzo 2010. Traducción Miguel Hernández Callejo y Juan Bañuls Puig.
[2] En un intercambio reciente con el autor, nos explica que ha resuelto esta ambigüedad traduciendo simplemente Mind, por Mental y Spirit, por Espíritu (N d T).
[3] La primera definición de instancia en el diccionario de la real academia de la lengua española es acción y efecto de instar. Otro significado de instancia en el diccionario es memorial, solicitud. Instancia es también en las antiguas escuelas, impugnación de una respuesta dada a un argumento. Más específicamente, dentro del ámbito de la programación orientada a objetos, es posible diseñar un tipo de entidad, asignándole distintas propiedades y funciones, tal y como si se creara un molde para una camisa y se decidiera si tiene bolsillos y, de ser así, cuántos, de qué material debe fabricarse, cuáles serán sus proporciones y en qué situación será apropiado usarla (una reunión informal, una fiesta de gala, etcétera). Al tomar ese molde y confeccionar una camisa a partir de él, estaríamos creando la instancia de esa clase de prenda de vestir. Fuente: LEXICOON. Instancia [en línea] - Edición 3.9 (Ene 2017). Disponible en <http://lexicoon.org/es/instancia (N d T).
[4] « Y el Dios Eterno creó al hombre con el polvo del suelo y le insufló en el rostro el Aliento de Vida, y así el hombre se transformó en un alma viviente » (Génesis 2:7, versión King James) (N d A). Una traducción al español parecida: “Entonces el Señor Dios formó al hombre del polvo de la tierra, sopló en su nariz un hálito de vida, y el hombre se convirtió en un ser viviente” (ed. La Casa de la Biblia). (N d T).
[5] Cita sacada de la Biblia: «Deténganse y sepan que Yo Soy, Dios» Salmo 46:11. Se traducirá como: «Sed inmóviles y conoced». Otros lo traducen como: «Apacígüense y sepan que Yo, yo soy, Dios» (N d A). Otra contrastada versión para la traducción en castellano: «Rendíos y reconoced que soy Dios».
La traducción al castellano de este texto se puede descargar en la página web de Abordaje Tisular: http: http://abordaje-tisular.es/images/stories/fichiers_pdf/Be_still_and_know_web.pdf (N d T).
[6] “Closer to me than breathing is the Creator of the cranial mechanism… Closer to the patient is the Creator of his or her cranial mechanism… My thinking, feeling, seeing, Knowing fingers are guided intelligently by the Master Mechanic Who designed this mechanism. In matters not what interpretations one may apply, providing one’s mental trolley is on the wire” (N d A).
[7] Prelación: (Del lat. Praelàtus, -ònis) f. Antelación o preferencia con que una cosa debe ser atendida respecto de otra con la cual se compara (N d T).
[8] Incluso el más ateo de los ateos tiene una relación personal con lo divino: la niega. Pero negar la existencia de lo divino equivale a la aceptación implícita de su existencia: no se niega aquello que no existe…
[9] Abandonarse: En francés (igual que en español) existe una ambigüedad entre «abandonarse» y «abandonar»; cuyos sentidos son muy diferentes. Los anglo-sajones disponen de dos términos: «to give up» – abandonar – y «to surrender» – abandonarse - entregarse. Es el segundo sentido que utilizamos. Más tarde, Becker incluso hablará de un «abandono dinámico». Aquí, «abandonarse» significa: ponerse bajo control del compañero silencioso y entregarse a su potencia.
[10] Este modelo está desarrollado en el libro 2 del Abordaje tisular. (Pág. 35-97), versión francesa. Así mismo, en un artículo llamado De la consciencia a la materia, descargable en la página web del Abordaje tisular (versión española): http://abordaje-tisular.es/images/stories/fichiers_pdf/De-la-consciencia-a-la-materia.pdf.
[11] Guy D. Hulett, era un sobrino de Marie Elvira Turner, la segunda esposa de Still. Fue profesor de principios y practica de la osteopatía, en la escuela de Kirksville, hacia los años 1900. En 1903, escribió A textbook of The Principles of Osteopathy (Manual de los principios de la osteopatía), uno de los raros escritos contemporáneos a Still, que todavía nos habla sobre la filosofía y sobre el espíritu.
[12] El «Mind» de Still (Mind, Matter, Movement) o espíritu organizador o de razón (N d A).
[13] Contingente: (Del lat. contingens, -entis; p.a. de contingere) adj. Que puede suceder o no suceder. Posible, que puede suceder. Fuente: Diccionario de la Lengua Española. RAE. Ed. Espasa-Calpe (N d T).
[14] Un texto que igualmente se puede descargar en la página web del abordaje tisular: De la presencia. http://www.abordaje-tisular.es/images/stories/fichiers_pdf/De-la-presencia-Blog.pdf.
[15] Descargable en Internet (en francés): htttp://www.approche tissulaire.fr/images/stories/fichiers_pdf/pt_compression_occ.pdf.
[16] Formador en la Escuela de Estudios Sociales y Pedagógicos de Lausanne.
[17] El «secreto » es un encantamiento, traducción de la palabra francesa incantation, palabra femenina. (del latín incantare, pronunciar fórmulas mágicas). Fórmula mágica, cantada o recitada, para obtener un efecto sobrenatural. El encantamiento se hace bajo la forma de oración, que pronuncia el ayudador pensando en el enfermo. La consulta se hace a distancia y el «fabricante de secreto», generalmente, desconoce la identidad del paciente. Sana gratuitamente. El «secreto» se transmite en el seno de una misma familia o a un conocido. Sirve para curar verrugas, esguinces, lumbagos, eczemas o detener las hemorragias. También atenúa el dolor de las quemaduras, de ahí el apodo de «cortador de fuego». En Bretaña, se habla de «sanador de secreto» (N d T).